Lucy Kellaway

¿Por qué nos hemos vuelto más groseros en la oficina que en la calle?

El comportamiento de los empleados en las oficinas no es nada agradable. Somos mucho más considerados con extraños en la calle que con nuestros colegas.

Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 4 de julio de 2016 a las 04:00 hrs.
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La semana pasada camino al trabajo, mientras esperaba cruzar la calle, una señora mayor dejó caer por accidente unas pocas monedas. Seis personas se agacharon para devolvérselas.

Le dije al grupo que lo que acababa de presenciar me hacía sentir feliz de ser londinense. Todos tienen prisa por llegar al trabajo, pero instintivamente hicieron una pausa para ayudar a una extraña que había perdido menos de una libra. Pero los buenos samaritanos me miraron con recelo. Ser bondadoso es una cosa; hablar con extraños es muy diferente. Tan pronto como cambió la luz se apresuraron a sus oficinas en la City y yo a la mía.

Cuando llegué me dirigí directamente a mi escritorio, pasando a varios colegas enfrascados en sus pantallas, algunos de los cuales llevaban audífonos. No saludé a ninguno. Eché la taza de té sucia en el fregadero común y tomé otra limpia de la despensa. Me senté, miré mis correos electrónicos y decidí no contestar ninguno. Me fui a la cafetería, compré un pastelito que me comí en mi escritorio desparramando migas a mi alrededor.

Ésta es mi rutina de todas las mañanas en la oficina; no me habría sorprendido si algunos de los samaritanos estuvieran haciendo algo parecido en las suyas. El comportamiento de los empleados en las oficinas no es nada agradable. Somos mucho más considerados con extraños en la calle que con nuestros colegas. En el trabajo no le hacemos caso a la gente, apestamos su espacio con nuestros almuerzos y llegamos tarde a las reuniones. Hablamos en alta voz cuando otros están tratando de trabajar, o los distraemos con susurros cuando no queremos que nadie nos escuche.

Los expertos en gestión denominan este comportamiento como “incivilidad en el lugar de trabajo”, que definen como “comportamiento desviado de baja intensidad” que no intenta dañar a su objetivo pero lo hace de todas maneras. Yo no me propuse ser incivil con mis colegas al no saludarlos o ignorar sus correos electrónicos. Esto es simplemente en lo que se ha convertido la vida de oficina.

Las investigaciones sugieren que este tipo de rudeza se ha generalizado y hace verdadero daño. Provoca que la gente odie su trabajo, nos vuelve menos creativos y más estresados. Y quizás nos vuelva más propensos a sufrir infartos.

No es inmediatamente obvio por qué las oficinas se están volviendo menos civiles. La naturaleza humana no ha cambiado mucho. En mi experiencia, cuando ocurre algo verdaderamente malo en la oficina, la gente es en realidad muy atenta. Pero seis cosas han cambiado que pueden habernos vuelto más groseros cuando se trata de pequeñeces.

La primera es el correo electrónico. Ya que hay más correos de los que podemos contestar, hemos aprendido a no hacerlo o a enviar respuestas bruscas de una sola palabra; ambas son reacciones groseras. Y habiendo dominado el arte de ignorar los correos electrónicos ahora estamos aprendiendo a ignorar todo lo que no queremos hacer. Contestar el teléfono en el trabajo se está convirtiendo en algo opcional, lo cual es descortés no sólo con la persona al otro lado de la línea sino con los colegas sometidos al interminable timbre.

La segunda incitación a la incivilidad es el teléfono inteligente, que nos ha convencido que dar la impresión de escuchar a alguien cuando habla —hasta ahora un pilar de los buenos modales— ya no es necesario. El mes pasado estuve en una conferencia donde tres cuartos del público (incluida yo) estaban mirando sus celulares, y la mitad de las personas en el panel estaban mandando mensajes a través de Twitter o WhatsApp mientras el hombre detrás de la testera hablaba monótonamente.

Las oficinas abiertas también fueron hechas para causar la incivilidad. Ahora que hemos sido llevados en manada a espacios públicos, lo que hubiera estado bien en oficinas privadas (comer ruidosamente, hablar por teléfono en voz alta, etcétera) ya no es aceptable. Gracias a las oficinas abiertas, tenemos el invento de oficina más descortés de todos: los audífonos, que proclaman a gritos: Estoy aquí, pero preferiría no estarlo.

Los “escritorios compartidos” y las horas flexibles han empeorado las cosas aún más. Cuando no te sientas con la misma gente todos los días y ni siquiera conoces a la persona que está a tu lado, no hay incentivo para ser particularmente agradable ya que no los vas a ver mañana.

Probablemente peor que todo esto es el culto a estar ocupado, el cual ha hecho que la rudeza sea no sólo aceptable sino admirable. Si es admirable estar ocupado, entonces es bueno dejar a la gente esperando, llegar tarde a las reuniones y estar tan preocupados que ya no vemos a las personas en el pasillo.

Todo esto es bastante fundamental, y no está claro cómo recobrar la civilidad.

Una forma —que en sí misma es ruda— es grabar videos en secreto de la gente que se porta mal y enviárselos, o compartirlos. Casi todos somos en realidad personas decentes. A casi nadie le gustaría considerarse mal educado. Un breve video de alguien ignorando a su colega como si estuviera muerto o comiendo de manera asquerosa podría tener un efecto agradablemente correctivo.

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